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Así votará el electorado independiente el 7 de mayo

Jamás llené una ficha afiliatoria. Voté a radicales, peronistas, renovadores y socialistas, siempre con una tijera en algún bolsillo. Soy de los que decide su voto a último momento. En esa misma sintonía, por lo general, suele andar un tercio del padrón electoral, que, por otra parte, son los que terminan definiendo una elección.

Somos los independientes. Los que no cargan con el peso de ideologías, mandatos históricos, sentimientos partidarios, ni se dejan guiar por ningún dedo índice más que el propio. Miles de ciudadanos traicionados y defraudados en reiteradas oportunidades que siguen pagando sus impuestos y confiando en que la democracia es el mejor de los sistemas políticos posibles.

En tiempos de campaña, el voto de los independientes resulta el más importante del coto de caza. Y es donde los políticos más pragmáticos avanzan sobre el tablero con la ventaja de las piezas blancas al iniciar la partida.

Durante las últimas décadas hemos sido testigos del aumento de las demagogias y los mesianismos en Latinoamérica, con un desbordante de violencias como resultado. Las sociedades que caminan con las gafas plastificadas de ideología y partidismo suelen entrar a intrincados y peligrosos laberintos mientras se alejan de las democracias superadoras.

El electorado independiente es el que tiende a equilibrar la balanza. Las identidades partidarias, de algún modo, logran constituir un vínculo emocional entre partes más o menos comunes entre sí. Las nuestras son democracias de partidos y de confrontación partidista, esto es, de trincheras.

La polarización afectiva inunda el escenario político del país. El sesgo de confirmación, la ilusión de objetividad, la estigmatización del cambio de opiniones o el descrédito de aquel que piensa diferente, derivan de la misma fuente. En ese marco, el votante sin color, sin gafas plastificadas, despojado de simbolismos, doctrinas y lazos emocionales tiende a ser más racional. El voto útil, así lo llaman los intelectuales.

Al mismo tiempo, el votante partidario complementa al independiente, ya que contribuye a la estabilidad del sistema. El ecosistema político óptimo se da en el equilibrio entre los dos tipos de votantes, una vez más el justo medio aristotélico.

Si el gobierno es bueno, el independiente ayuda a que todo marche bien y observa a la distancia como la oposición tira piedras. Si el gobierno es malo lo castiga con el voto.

De algún modo, ese 25 o 30 por ciento del electorado es capaz de seleccionar y controlar a los gobernantes, a la manera que reclama la teoría de las democracias representativas. No todos los efectos son, sin embargo, positivos. El voto castigo, por ejemplo, puede favorecer a líderes extremistas con nítidas carencias democráticas. Lo que dejaría de ser un voto inteligente.

Otra de las características del votante independiente, especialmente en tiempos de grietas, es que se preocupa más por lo que ocurre en su radio más cercano. Busca la seguridad, la estabilidad y una luz en el horizonte. En muchos lugares los partidos locales –en la vieja Europa se los llama regionalismos–, se fortalecen del voto de los independientes que, atentos a los problemas diarios y circundantes, observan con desconfianza a las maquinarias electorales tradicionales.

Es en esa lógica que no tengo dudas de que en Misiones el electorado independiente ofrecerá su voto de confianza a la Renovación. Frente a la incertidumbre que despierta la clase política dominante del país, los referentes locales de Juntos por el Cambio y del desmoronado Frente de Todos no tienen nada para ofrecer.

El hecho de que uno de cada tres ciudadanos esté barajando, a nivel nacional, diversas opciones, me parece una buena noticia. Frente a quienes lo interpretan como un símbolo de la incertidumbre de los tiempos que vivimos, creo que representa más bien un aumento del compromiso, de la responsabilidad de unos electores que perciben que la situación no está como para votar con los ojos cerrados.

 

Fuentes: Canal12Misiones.

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