El Chango Spasiuk presentó “Eiké” en el Teatro Coliseo
Ni un corte de luz que truncó buena parte del desarrollo audiovisual de la puesta, ni la noche tormentosa que asoló a Buenos Aires ni las versiones paridas en el contexto distópico de la pandemia hicieron mella en la música de Chango Spasiuk, que el viernes encabezó un fantástico concierto de presentación porteña de su más reciente álbum, “Eiké”, ante un Teatro Coliseo repleto.
El autor y acordeonista misionero ratificó el vuelo de su obra, el notable concepto estético que junto a sus acompañantes -estables y ocasionales- es capaz también de imprimir a repertorio ajeno y convirtió una velada hostil y adversa en un documento capaz de dar cuenta de su estatura artística.
A pesar de 15 minutos de corte de energía eléctrica en esa zona del Barrio Norte porteño que interrumpió el espectáculo a cerca de media hora de su inicio, un par de temas tocados sin amplificación para campear la zozobra y el telón/pantalla apagado durante tres cuartos de hora, igualmente Spasiuk regaló una actuación mágica y estupenda.
Si el nacimiento de “Eiké”, la 13ra. estación de un camino discográfico que comenzó en 1989, hizo del encierro y la distancia pandémica dos elementos puestos finalmente a favor de tender puentes entre sus creaciones y artistas diversos y lejanos, las dificultades surgidas de su estreno porteño en vivo terminaron entregando un alegato musical sanador.
En la segunda de tres presentaciones previstas (la primera fue el jueves en Neuquén y la tercera será este sábado a las 21 en la sala “Roberto J. Payró” del Auditórium de Mar del Plata), Chango -parafraseando a Silvio Rodríguez en “Solo el amor”- convirtió en milagro el barro.
Y así logró que la revisión de su repertorio, que se planteó en la intimidad y la lejanía con instrumentistas casi todos extranjeros y la mayoría de ellos totalmente ajenos a la música litoraleña, cobrara nueva vida en una puesta sonora exquisita capaz de reunirlo con su estupendo conjunto, con selectos invitados y hasta con el recurso de la pista grabada para dialogar con aquellos aportes foráneos.
Con distintas formaciones que plasmaron el concepto camarístico y ensambles variados que rigen sus arreglos en vivo, el creador tuvo el siempre descomunal aporte de Pablo Farhat (violín), Diego Arolfo (voz y guitarra), Marcos Villalba (percusión, guitarra y voz), Eugenia Turovetzky (violoncello) y Enzo Demartini (acordeón y guitarra).
A ese elenco estable que fluye en embriagador diálogo, se añadieron las visitas del guitarrista noruego Per Einar Watle (con quien en 2019 concretó el proyecto binacional “Hielo Azul Tierra Roja”), el arpista paraguayo Sixto Corbalán, el vientista argentino-cubano Rodrigo Sosa y cuatro fenómenos locales: Andrés Pilar en el piano, Franco Luciani en la armónica, Marcelo Dellamea en la guitarra y Gonzalo Arévalo en percusión.
Pero, además, se escucharon algunos de los notables aportes grabados para el registro como los de Gustavo Santaolalla en ronroco para “Pynandí (Los Descalzos)”; Jaques Morelenbaun en violonchelo para “Mi pueblo, mi casa, la soledad”; la trompeta de Erik Truffaz en “Gratitud”; la percusión africana korá del senegalés Boubacar Cissoko en “Mejillas coloradas”; el laúd del marroquí Majid Bekkas y el bendir de Gonzalo Arévalo en “Tristeza”; entre más.
El recital comenzó a las 21.20 y tuvo un desarrollo planeado que se recostó en el inmenso telón con la imagen de la portada del álbum virtual que combina la exuberante postal selvática de verde y río con una puerta entreabierta, logrando sintetizar el significado de la expresión “Eiké”, que en que en idioma guaraní quiere decir “la invitación a entrar a un espacio interior”.
En esa apertura la voz en off de Spasiuk dio cuenta del pequeño acordeón amarillo con el que aprendió a tocar y expresó: “Aquí comenzó todo y aquí comienza este viaje”.
“Hacer este disco fue un viaje anímico y emocional, mi gran viaje te diría”, le confesó el músico a Télam hace poco menos de un mes, y la travesía se inició con versiones de emblemas que lo formaron: “Siete higueras”, “Puestero Lobizón” y “Puerto Tirol”.
Con el arpista paraguayo Sixto Corbalán y la formación a pleno, la primera ovación llegó en “Canción de amor para Lucía” y se extendió a “Mejillas coloradas” y “Mi pueblo, mi casa, la soledad”.
Pero el apagón pareció querer arruinarlo todo, sin contar con la voluntad del anfitrión que encabezó un par de chamamés a dos acordeones con la sala en penumbras y los sapucays surcando la cerrazón.
“Si no arranca la pantalla seguimos igual. Gran golpe para el ego, pero vamos a salir más refinados”, balbuceó con la dotación mínima de luces, sin las imágenes pero con un sonido de sala, consola y escenario que resistió el embate para que, en definitiva, la música y sus intérpretes hicieran su magia.
Y el hechizo artístico burló todo descalabro y tras el solo de piano de Pilar en “Improvisación para Juana”, a las 22.30 la pantalla renació, se corporizó a espaldas de la orquesta y la festiva “Polca de Juana” dio inicio a una nueva etapa celebratoria de la propuesta.
“Acá se terminó ‘Eiké’. Sean muy bienvenidos. Muchas gracias a todos”, llegó a comentar Chango antes de liderar una descomunal seguidilla chamamecera que tuvo uno de sus puntos salientes con “Chamame crudo”, donde la primerísima imagen del fuego en la pantalla empalmó con un pasaje de alta combustión arriba del escenario.
En ese extenso tramo final que funcionó como continuidad pero, al mismo tiempo, como otro espectáculo posible, sumó a Franco Luciani, quien aportó su endiablada armónica en antológicas visitas a “Agua del fin del mundo” y a “Rita” (esta última con otro aporte de la guitarra de Watle, de quien enseguida se ejecutó el chamamé “Caa Catí”, de su autoría).
Hasta el final, que se extendió bien pasada la medianoche, hubo espacio para clásicos como “Tierra colorada”, “Libertango”, “Seguir viviendo sin tu amor” y “Kilómetro 11”, que terminaron de configurar una epopeya musical capaz de expresarse contra todos los males de este mundo.
Fuentes: revista códigos.