El valor de la concordia
En una sociedad argentina invadida por la ira, el resentimiento y el desencanto generalizado, Misiones es un ejemplo para el país en cuanto al cuidado de la paz social.
(*) Por Nicolás Marchiori
La búsqueda y consolidación de la paz está en la esencia de cualquier pacto social. Acotar las divisiones, enmendar errores y reparar daños, desalentar los enfrentamientos, sanar rencores y resentimientos, levantar a los caídos e incluir a los marginados, y, en lo posible, neutralizar todo motor de violencia, constituye la esencia de un buen gobierno y cimenta cualquier programa que aspire a un futuro viable.
La orientación hacia la paz, superando rencores, envidias, pugnas y divisiones, configura una piedra fundamental para cualquier sociedad y, necesariamente, un eje central también de nuestro reflexionar.
La paz social fue definida por San Agustín como uno de los mayores bienes terrenos, aunque requiere indefectiblemente del ordenatorio poder de gobierno. Y remarca en su icónica obra “De civitate Dei” que para evitar la servidumbre de la anarquía y el crimen, es preciso aceptar el poder político, que sostenga la ansiada “tranquilidad en el orden” o “concordia ordenada”.
Sólo el orden justo para el bien común permite el florecimiento de aquella. Por su parte, Tomás de Aquino en la “Summa Teológica” analiza los contrarios como modo de ilustrar su contenido. De ahí que diga que a la paz se oponen dos tipos de disensiones: “la de los hombres entre sí, la del hombre consigo mismo”. También se refiere a los obstáculos, los que creen en la guerra como modo de lograr la paz, claramente visible en el lema romano “si vis pacem, para bellum”, y todas las inclinaciones contrarias al otro, el odio, el desprecio, la envidia, el disenso, la indiferencia. Es que la amistad en política no es algo dado, sino construido de modo arduo. Lo dado es la tendencia a la enemistad, como rasgo permanente de la condición humana.
Cuando Platón pensó en una república guiada por sabios guardianes, partía del concepto de que así como la moral estaba destinada a ordenar en lo interior las conductas humanas, la política era el ordenador de la vida.
De ahí la necesidad de fundar la paz presente y la concordia futura sobre una sana política que cierre los enfrentamientos del pasado, como una sólida señal de cambio de época.
La realidad hoy en el país dista mucho de aquel ideal planteado por los filósofos precitados.
Con relatos extremos y polarizantes, los grandes medios concentrados y la principal fuerza opositora a nivel nacional han venido intentando instalar la agenda del fracaso, la frustración y el resentimiento. La polarización afecta las interconexiones institucionales y simbólicas que el sistema democrático necesita para resolver los conflictos.
La dificultad para el sistema democrático radica en que esos los reclamos racionales se contaminan a partir de que se expresan en un marco simbólico de extremidad. En este sentido la mediación política y mediática se dificulta, formándose dos espacios simbólicos ideológicos que se observan entre sí, pero no interactúan. Es ahí donde la polarización afecta las interconexiones institucionales y simbólicas que el sistema democrático necesita para resolver los conflictos. La negociación y el diálogo son parte de las relaciones agonistas. Existen en el marco de las diferencias. Pero el problema que se presenta es que los encuadres polarizantes crean dos espacios desconectados.
Sostiene el politólogo Juan Ignacio Issa que la construcción de dimensiones simbólicas paralelas es funcional para algunos sectores que son los mismos que las alimentan permanentemente. Es decir, esta polarización afecta la estructura institucional del sistema democrático, desestimando el valor de la diferencia y provocando un inicio de legitimidad de posibles salidas autoritarias. Esto sucede también al interior de las fuerzas políticas, donde figuras relevantes no logran legitimarse frente a los sectores más extremos de sus partidos políticos. Crear una narrativa polarizante implica no pensar la magnitud de esta tragedia, sus consecuencias sociales, económicas, y políticas.
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Repudio y condena
El atentado contra la vida de la Vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner representa un hecho de extrema gravedad para la democracia y sin dudas interpela a los actores políticos y mediáticos respecto a su forma de actuar.
Fueron múltiples las expresiones de todo el arco político respecto a este grave acto de violencia. El Presidente del Parlamento Misionero, Ing. Carlos Rovira, expresó en sus redes sociales su repudio y condena a dicha acción. Al mismo tiempo, fue contundente al realizar “un llamamiento profundo al cese de las hostilidades y violencia en el orden nacional que siembran odio y división en la sociedad.” Concluyendo que “la paz y la concordia triunfarán”. Por Decreto Nº 463/22, que lleva su rúbrica, se declaró “el máximo repudio y condena al atentado contra la vida de la Sra. Vicepresidenta de la Nación, Dra. Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, asi como también “brindar nuestra solidaridad, respeto y apoyo a ella así como también para su familia”.
Por su parte, el Gobernador Herrera Ahuad manifestó que se trató de un hecho de mayúscula gravedad para un país democrático.
Ejemplo de sociedad democrática
En este difícil contexto donde la crispación y el odio parecen haberse impuesto en la sociedad argentina, Misiones emerge nuevamente como un ejemplo de sociedad en donde la convivencia en concordia, el respeto y la tolerancia son elementos sobresalientes.
Adquiere gran relevancia la defensa con convicción, por parte del Gobierno de la Renovación, de la construcción de una sociedad por encima de la grieta, alejada de los debates y confrontaciones estériles que sólo alimentan el odio y dividen al pueblo. Esta es una gran victoria de la política, cuidar a la sociedad con una mirada integral no sólo desde el punto de vista económico o desde la salud, sino también desde el punto de vista espiritual. La esencia del liderazgo es conducir ese camino. El conductor marca el rumbo de un bien, siempre difícil de conseguir, y tras de sí recluta a sus acompañantes, todos enfocados en la misma ardua tarea. Gran parte de la clase dirigente se ha olvidado que el fin último de la más alta política es hacer feliz a la gente. La paz es condición necesaria para la felicidad.
Fuentes: Canal12Misiones.